domingo, 4 de septiembre de 2016

Lo que yo quería era verte sonreír, 
y que te quedaras a desayunar.
No quise verte llorar, 
abandonarlo todo en medio de la carretera 
ni que te fueses sino con un “¡lo he conseguido!” entre manos.
Lo que yo quería era verte loco, 
y yo soy ese gato que
te regalaría sus siete vidas intactas 
por verte feliz en alguna de ellas.
Prenderle fuego a la chimenea, 
calentarte en un abrazo, 
susurrarte al oído que te he buscado toda la vida 
y todavía sigo sin saber quién eres, 
porque eres de esos chicos que las adorna el misterio. 
Y yo quiero encontrarte, 
descifrarte en un verso 
y así poder entender 
que hay chicos -como tú- que sólo pasan una vez en la vida 
y que cuando se van, 
por castigo o por condena, 
los recuerdas para siempre.
Tomarte de la mano en un paso de cebra, 
cruzar todos los semáforos en rojos, 
tumbarnos en la cama en silencio, 
pintar en tu rincón favorito del mundo
tu canción favorita 
y gritar en una plaza abarrotada de gente 
que te quiero. 
Y que me calles, 
que parezco gilipollas, 
pero que me quieres también.
Quise arreglarte las noches, 
los atardeceres, 
las madrugadas de llamadas de urgencia, 
y terminar diciendo “pero te quiero”.
Hay cosas que te toca que descubrir solo, 
pero qué bonito cuando tú quieres descubrirlas conmigo, 
conocer mundo, 
apreciar vistas, 
refugiarme en tus brazos 
y no pensar en que algún día terminarás disparando. 
Aunque el amor, en cierto modo, 
es una pistola puesta en la sien 
que siempre está cargada. 
Y sólo buscas quién apriete el gatillo.
Soy esa que te mira, 
aunque tú no te des la vuelta a ver; 
la que daría todas sus estrellas 
por verte brillar a ti; 
la que no dudaría ni un segundo en saltar
para sacarte del fondo del precipicio, 
aunque después ninguno de los dos sepa cómo salir; 
la que te escribe, 
aunque tú no lo leas.

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